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Su mirada se perdió en la búsqueda; hubiera querido traspasar montañas, atravesar vertientes, posarse sobre las alas de un pájaro, como colibrí robar una gota de miel de sus ojos. Sin embargo, la encontraba en un recuerdo lejano, y ahora, en sus sueños.
Cada día deseaba permanecer dormido durante más tiempo para gozar sus visitas. ¿Sería este un nuevo castigo? Soñarse en aquellos brazos y al abrir los ojos, toparse con una imagen gastada de la mujer con quien debía permanecer hasta el fin de sus días.
Ver ese abdomen hinchado, los senos caídos, las canas; respirar ese olor agrio, olor a viejo. Él la amó ¿la amó?; no recordaba, había pasado mucho tiempo...
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En el principio creó Dios los cielos y la tierra y dijo: Sea la Luz. Y la luz fue; la separó de las tinieblas, hizo el día y la noche. Apartó las aguas; hizo que surgieran cielos, tierras y mares. Hizo florecer el verde, crecieron los árboles y dieron frutos. El sol y la luna aparecieron por SU voluntad. Alumbraron el día y la noche. Las aguas produjeron vida; los cielos se poblaron de aves; animales de variadas especies caminaron por la tierra. Durante el sexto día decidió crear al género humano. Tomó polvo y tierra, los amasó y dio forma a un cuerpo masculino. Al mirarlo se vio reflejado; sin embargo era un ÉL incompleto. De nuevo recogió tierra debajo de un olivo y polvo del desierto. Los unió y moldeó a la primera mujer. Al verlos, supo que reproducían mejor su imagen. Sopló sobre ellos y les infundió vida. Los llamó ADÁN, que quería decir tierra y LILLITH, viento; esos dos elementos fusionados les había dado origen. Les dio el poder de la palabra para que nombraran el universo. Les confió su GRAN - NOMBRE y los bendijo para que viento y tierra multiplicaran sus especie...
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Hombre y mujer se miraron deslumbrados; no sabían hacia donde dirigir la vista, si al cielo brillante, al verdor que los rodeaba, a sus propios cuerpos, al cuerpo del otro o a ÉL, quien con una sonrisa se alejaba; debía descansar. Un mareo intenso de colores, olores y sonidos contrastaba con la leve sonrisa que acariciándolos les revolvía los cabellos. Lillith, piel verde olivo, negra cabellera, iris dorados. Adán, color arena, ébano en los ojos, rizos de madera de cedro. Frente a frente, comenzaron a explorar ese mundo nuevo que se les acababa de regalar, y al cumplir con su única misión: poblarlo. Aprendieron a escuchar la voz del otro, oler las fragancias ajenas, tocar suavidades y asperezas, degustar néctares de piel.
Adán y Lillith se conocieron. Durante los encuentros ambos experimentaron la revelación de esa Presencia Creadora que llevaban dentro. Juntos rodaron por los pastos del paraíso; Adán siempre quedaba sobre ella, aplastándola. Lillith intentaba invertir la posición pero él la inmovilizaba. Se le fue agotando el asombro, el peso del hombre era asfixiante. Levantó la vista, encontró una faz sonriente y satisfecha; sin embargo, ella se sentía atrapada en una rendija del Edén. Deseó tener alas, correr como antílope, rasgar cual pantera. Miró de nuevo hacia Adán y suspiró. Intuyó que debía de haber otras maneras de unir esos maravillosos cuerpos nuevos. Le propuso al hombre un cambio; él se negó:
- Tú debes ir debajo -le dijo Adán-; mirar a tu señor hacia lo alto, con respeto.
- Mi Señor es Elohim, no tú -respondió Lillith-; nosotros fuimos hechos del mismo material, bien podría yo estar sobre ti.- ¿No ves acaso la diferencia? - le dijo Adán.
- Somos distintos pero iguales; Yavé nos dio vida juntos -replicó ella con mirada de águila.
Mírame -dijo él-, soy como la luz del medio día, tú como la sombra de la tarde, fuiste creada después que yo, tu color lo dice.
- Todos los colores de la creación se encuentran en Adonai. ÉL nos ama por igual a todos - lo retó.
El hombre enloqueció, era más alto, más musculoso, podría someterla.
- Me debes obediencia mujer -le dijo, tomándola de la muñeca con mano de tronco.
- Mientes!. Adonai, Elohim, Yavé ¿Dónde estás? quiero saber si este hombre habla con verdad -suplicó.
- ¿Quién eres tú para interrogar al creador? Si ÉL así lo hubiera querido te habría hecho más grande que yo, pero mira, con una sola mano puedo hacer que te postres ante mí -la increpó mientras tiraba de su brazo.
- Solamente me postraré ante Yavé -respondió Lillith; las piernas le temblaban por el esfuerzo, debía permanecer erguida.
A cada palabra pronunciada por Adán, sentía que el jardín se encogía, los árboles la cercaban, el vaho de los animales le humedecía la piel, restringía su más leve movimiento. Adán, violento, la tomó por los hombros, quería tenderla una vez más. Ella odió esas manos, espinos que le traspasaban la carne; se resistió con la rigidez aprendida de las rocas pero un golpeteo se le desbordaba en el pecho y una lluvia de aguijones se clavó en su espalda; el espacio se estremeció entre ambos.
- Adonai, Elohim, Yavé ¿Dónde estás? -gimió.
Sintió un tirón de cabellos, la proximidad de esa cara sudorosa, de ese aliento que se mezclaba con el de ella; quiso girarse para evadirlo, pero él era más fuerte. Miró llena de rabia los ojos del hombre, respiró hondo y pronunció el nombre secreto de Adonai: con sus Doce, Treinta y Dos y Setenta y Dos letras a la vez. Adán retrocedió asustado. Ella había hecho uso del poder del nombre secreto; había recitado las letras que ni siquiera el detentador del Gran Nombre se atrevía a formular.
Las palabras de Lillith liberaron los vientos, que se reunieron azotando a su paso cuanto encontraban; llegaron hasta posarse debajo de las plantas de sus pies y la elevaron. La negra cabellera de la mujer se agitaba en cien brazos; sus ojos dorados centelleaban sonrientes ante la mirada pueril del hombre; por fin podía respirar a sus anchas. El paraíso había resultado demasiado angosto para dos iguales. Se podía quedar Adán con sus animales y sus árboles; la creación era vasta, ya encontraría ella dónde vivir. Remontó sobre las praderas y se despidió de las cuatro vertientes del río que fluía a través del Edén.
Voló hacia el oriente, la luna menguante iluminó su camino. Sólo la intranquilizó ese calor que subía desde la parte inferior de su cuerpo; bajó la vista, su pubis se había convertido en fuego ardiente. Así, viento en brazos de los vientos abandonó el paraíso.
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Ella flotaba sobre las corrientes aéreas, como el halcón, recibía las caricias heladas de las bóreas y alcanzaba con una mirada los rincones de tierra y mar al alejarse de aquella planicie llamada Edén.Yo la había visto antes, en compañía de Adán. Ambos fueron la creación última de Elohim, los había hecho a su imagen. Sin embargo el barro tiene imperfecciones propias, y Yavé quiso obligar a los espíritus puros a rendirle homenaje al hombre recién moldeado. Adán nos miraba desafiante, altivo, seguro de que Adonai lo amaba por encima de todas sus otras creaturas.
Muchos accedieron obedientes. Yo me negué. ¿Porqué habría de arrodillarse Samalel ante este ser de barro y aire? Dios me expulsó del cielo. Fui a parar al Paraíso.
Luego vi a Lillith. Ella era, y no, la que había visto en el Edén. Coronada por los céfiros que revolvían sus cabellos nocturnos; cintura, pubis y piernas de fuego incandescente. Volaba hacia el mar rojo. Su parecido al Señor me inspiró temor.Sentí que esta otra mitad de la creatura sí merecía mi homenaje. Me miró lenta, trató de recordar mi nombre en vano, yo era un ángel caído. Suspiré a su oído la pregunta. Sus ojos amarillos respondieron. Decidí ofrecerle mi guarida. Jamás volvieron a verse sobre Zmargad semejantes ráfagas de luz. Conocí a la mujer Lillith sobre los vientos del Este que nos mecieron durante siete días y siete noches. Estallábamos en giros y vuelos circulares, provocábamos lluvias de estrellas, simulábamos cometas. nuestras cópulas iluminaron las piedras y sus cavernas. Fuimos lunas carmesíes.Samalel había abrazado a la mujer de viento y fuego.
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- Señor, Lillith salió del Edén volando y yo estoy solo. He intentado acoplarme con cabras de tersa piel, becerras gordas y burras dóciles pero no se tienden. Sin mujer no puedo acatar tu orden. Elohim, quiero que vuelva Lillith para servirte como es debido.
Yavé notó que Adán se hallaba compungido y solitario. Sintió pena por él. Llamó a SENOY, SANSENOY y SEMANGELOF para que buscaran a Lillith y la invitaran a regresar a Edén que era su hogar. El señor estaba dispuesto a olvidar su huída.
Los ángeles la encontraron en las cavernas. Repitieron las palabras de Adonai y la conminaron a volver con Adán. Ella se rehusó; no quería ver al hombre, no quería someterse a él.
- No puedo retornar, he roto el pacto, soy impura para pisar los pastos del Edén, acaso no han mirado a mis Lilim? ellas son mi descendencia, Zmargad es su tierra, les pertenece como les pertenezco yo ahora. No quiero partir.
- No puedes negarte, Elohim te lo ordena -dijeron los ángeles en trío.
- Adonai es dulce como las uvas pero Adán es una zarza que rasga y hace sangrar. Yo llamé a mi señor y ÉL no me escuchó. No quiero volver al Edén.
- Por tercera y última vez, ¡Lillith, regresa!- ¿Acaso no saben que Elohim me regaló también la voluntad? Pues bien, hago uso de ella y me quedo aquí -respondió Lillith airada.
- Si has decidido ser libre, pagarás las consecuencias de tus actos: vivirás y conservarás en tu rostro SU semejanza, porque Yavé aún te ama, a pesar de que abandonaste el paraíso -dijo Sansenoy.
- Pero no volverás a ver la faz de Dios por toda la eternidad, no disfrutarás la luz del día -condenó Sansenoy.
- No tendrás siquiera el consuelo de mirarlo en tu propia cara, no reflejarás tu imagen nunca más. Tu nombre y tu faz se volverán en tu contra -declaró Samangelof.
Lillith sentía que millones de hormigas le caminaban por el cuerpo, que la sangre la abandonaba. El fuego hervía en sus entrañas.
- Adonai, Elohim, Yavé ¿Dónde estás? -clamó Lillith.
- ÉL nos envió para llevarte con Adán -contestaron los tres.
- Adán es culpable de que Elohim me abandone, él deberá pagar -rugió convertida en leona.
- No podrás tocarlo, ni a su descendencia una vez que haya celebrado el pacto con Jehová, ocho días después del nacimiento; mientras tanto nosotros lo protegeremos -respondieron los ángeles.
- Ustedes no podrán cuidarlos por siempre, en su ausencia, en su descuido estaré yo -amenazó Lillith.
- Si lo intentas siquiera frente a nuestros nombres, morirán cientos de Lilim y te quedarás sola -sentenciaron los tres.
- Sea! -dijo Lillith-, pero él pagará.
- Repetiremos ante Elohim tus palabras -contestaron Samangelof, Senoy y Sansenoy
- ¿A qué repetirle algo que sabe ya? -gritó la mujer. Fuera, fuera de mi casa, de mis tierras, vayan al Edén a proteger al hombre.
Volaron los ángeles preocupados por ese don que Dios había otorgado a estos seres corpóreos; el albedrío podría convertir a esas nuevas creaturas en perpetuos proscritos.
Lillith bajó la cabeza para contener las cascadas de agua salada que brotaban de sus ojos. Esa noche el Mar Rojo se desbordó mientras ella murmuraba:
- Elohim, Adonai, Yavé ¿Dónde estás?
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Adán dormía plácidamente confiado en Yavé. Elohim se le acercó sin hacer ruido, acarició sus rizos y lo sumió en un sueño más profundo aún. Le extrajo la quinta costilla, el barro no había fraguado del todo y era maleable. Las hábiles manos de Dios moldearon a una mujer más parecida al hombre que a ÉL mismo. Le dio un alma inmortal y la libertad. La aderezó con una tiara de flores y la llamó Eva, que quiere decir en lenguaje humano: fertilidad. Despertó al hombre y le acercó a la nueva mujer, diciéndole:
- Esta es Eva, tu compañera, es sangre de tu sangre y hueso de tus huesos. es tan similar a ti que no podrás separarte ya de ella, ni ella de ti. Deberás tener buen cuidado de mostrarle todo el huerto. Pero recuerda, no deberán comer ni tocar el árbol que se encuentra en el centro del jardín; de hacerlo, morirán -sentenció Yavé.
Adán miró a la creatura nueva, la llamó Varona, pues de varón había salido; vio que era dócil y mansa como camela y se alegró. La tomó de la mano y le fue enseñando los nombres con que habrían de llamar a todos los frutos y animales del paraíso. El hombre alabó a Dios y se aprestó a servirlo encima de su nueva mujer.
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El vacío de Lillith se ahondaba cada noche; yo al menos la tenía a ella y veía la semejanza en su imagen. Juntos alimentábamos una hoguera en la que Adán tendría que caer. El hombre era un ser habitado por la soberbia y Yavé no parecía notarlo.
Pensamos que si demostrábamos al señor que Adán podía volverse en su contra, Elohim sabría que Lillith y yo habíamos actuado con justicia, nos perdonaría y podríamos volver a gozar de su presencia. Lillith insistía en la sabiduría absoluta del creador; decía que con sólo una mirada, Adonai comprendería que había sido Adán quien se había interpuesto. Pero ella no podía acercarse al paraíso, ya que cada una de sus puertas estaba custodiada por los ángeles enviados. No obstante yo sí lograría introducirme en el Edén. Después de todo, Senoy, Sansenoy y Semangelof eran viejos conocidos. Yo sabría burlarlos. La soberbia de Adán quedaría al descubierto.
Fue así que me introduje en la piel de la serpiente, trepé en el árbol que se hallaba justo en el corazón del huerto y me dispuse a esperar al hombre. Eva era más curiosa que Adán; sus ojos, más nuevos que los de él, se maravillaban tan a menudo de la grandeza de la creación que se negaba a cerrarlos aún por las noches, abstraída en las formas estelares, en el caminar de los animales nocturnos, en el rocío del amanecer sobre los pétalos de las flores. Ella se acercaba más al árbol, lo rondaba. No fue difícil de que se aproximara más. Al verme preguntó:
- ¿Quién eres tú que vives entre las ramas del árbol prohibido?
- Me llaman veneno de Dios -contesté.
- ¿Eres, tal vez, el guardián del árbol?
- No lo soy -respondí.
- Entonces, ¿Porqué no mueres, si el Creador nos ha dicho que con sólo tocar las hojas del árbol, caeríamos fulminados por su rayo?
- Acércate, toca, verás que nada sucede -afirmé.
Eva apenas rozó las hojas y escondió la mano, estupefacta comprobó que seguía ilesa. Se le llenaron los ojos de agua.
- ¿Elohim mintió?
- Para Yavé no es necesario que Adán y tú tengan la ciencia de reconocer el bien frente al mal, los quiere en la inocencia -sentencié.
- ¿Porqué?- Por que podrían enfrentarlo. ÉL no desea que duden. ustedes tienen el don de elegir, podrían optar por el mal -le dije.
- ¿Cómo podríamos buscar el mal si estamos hechos a SU imagen y ÉL es todo bien?
- Adán está moldeado en barro y tú de su costilla; no son sino arcilla débil y maleable a SUS designios y así seguirán, a menos que conozcan el sabor de la sabiduría -me burlé.
- Somos hombre y mujer, la creación última, casi como ÉL.- Casi... pero no del todo -respondí.
- Si comemos de este árbol seremos además sabios como ÉL ¿Cómo podríamos equivocarnos?
- Entonces prueba... -la tenté.
- ¿Seríamos como Dioses?
- Por así decirlo.
Alargó la mano, cortó un fruto y lo mordió. Sus ojos adquirieron un brillo de hielo. Miraba a su alrededor asustada. El velo de vello que la cubría se desprendió. había comprendido que la naturaleza recién creada no era una continuación de su piel. Supo Eva que podría crear, modificar, destruir... Apareció Adán que la buscaba. Antes de que ella pudiera proferir palabra, él vio la fruta en su mano y la increpó:
- ¿Qué hiciste Eva? ¿Cómo te atreviste a comer del árbol? !Nada te ha sucedido!... Muéstrame el fruto -se lo arrancó de entre los dedos.
Eva se quedo muda, no podía explicarle con palabras para él conocidas. Solamente le dijo:
- Sé cosas que ignoraba. Veo cosas que tú no ves...
- Mientes, tú provienes de mí. No puedes conocer más que yo -respondió Adán.
- Aún así, sé. Adán, tengo miedo...
- ¿Miedo? ¿Qué es el miedo? Habla mujer, ¿Por qué te mueves como las hojas del sauce al atardecer?
- Tiemblo por que tengo miedo y frío, estoy desnuda -respondió Eva.
- ¿Desnuda? ¿Qué dices? -preguntó mientras se acercaba a ella con mirada de ocelote.
- El fruto del árbol otorga sabiduría, sé que estoy desnuda, Yavé lo sabrá también.
- ¿Sabes tanto como Yavé?- Pregúntale a la víbora.
El hombre levantó la vista, me miró enredado en el árbol. Mordió el fruto que tenía en la mano y dijo:
- Yo también quiero ser como ÉL.
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Adán y Eva tejieron hojas de higuera para cubrir su desnudez; desde que fueron creados nunca habían sentido la necesidad de proteger sus cuerpos. Al escuchar el murmullo de la presencia de Dios, corrieron a ocultarse, habían desobedecido y sentían todas las piedras del paraíso sobre sus hombros. Yavé los llamó.
- Estamos desnudos -contestaron.
- Han comido del árbol prohibido. Adán ¿por qué desobedecieron? -dijo Elohim con voz de relámpago.
- Señor, la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí -respondió Adán de inmediato.
Elohim se dirigió entonces a Eva:
- ¿Qué has hecho?
- La serpiente me engañó -contestó asustada.
Entonces Yavé miró a Samael y lo maldijo:
- Por cuanto esto hiciste, maldito serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo: sobre tu pecho andarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Samael, nadie puede mostrarme el camino a seguir. Yo soy tu señor.
Y volviéndose hacia el hombre y la mujer, dijo:
- Deberán salir del Edén. No quiero que prueben del árbol de la vida. Eva tú sentirás que se te abre el cuerpo al parir a tus hijos, obedecerás a tu hombre. Adán, habrás de labrar la tierra, arrancarás espinas y abrojos. Y volverán al polvo del que han sido formados -musitó con tristeza mientras se alejaba-. Desde hoy tendrán conciencia de su finitud, conocerán la muerte, pretenderán evitarla en vano. Enterrarán a sus muertos, inventarán rituales. De poco les servirá el conocimiento, mientras más sabios, más sufrirán por sus pérdidas, no podrán curar el dolor por que excederá sus cuerpos. No encontrarán el sitio que punza. Ese será su castigo.
Mandó que les entregaran una pieles de animales para que se cubrieran y ordenó al ángel de la llama de las espadas remolineantes que guardara la gran entrada al Edén. Más allá de las tierras colindantes con el paraíso, se escuchó una risa como alud de piedras. Era Lillith. Al escucharla, Adán pensó: "Lillith nunca hubiera comido del fruto", y siguió caminando mientras Eva iba tras él.
El cielo se tornó gris, una tormenta centelleante los cubrió, Yavé estaba triste. La pareja caminó durante tres días y sus noches. Al amanecer del cuarto día, escampó. Supieron que allí debían parar. Esas serían sus tierras.
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Cuando Samael regresó a Zmargad, se arrastraba cansado y polvoriento. Lillith lo recibió distante.
- ¿Por qué no me creíste cuando te dije que Adonai lo sabía todo? No pude evitar los aleteos de colibrí en mi garganta al observar la forma en que hiciste caer a la pareja del Edén. Sin embargo, también escuche al Terrible. Solamente ÉL y yo conocíamos esa mitad oscura. Siento su dolor como aguijones de abejas ciegas que quisieran salir de mi cuerpo, su decepción no me alegra. Mira la lluvia. No nos perdonó.
Sabía que Samael no podría responderle, sin embargo hizo la pregunta:
¿Cómo podré vivir sin sentir de nuevo su presencia? Adonai, Elohim, Yavé, ¿Dónde estás?
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Al disponerse a descansar en su nuevo hogar, Adán notó un brote de sangre que partía entre las piernas de Eva; lo supuso un castigo, era la muestra de su impureza; ella no lo había mencionado, temerosa de que este fuera el medio que Jehová hubiese elegido para que muriera.
Sin embargo, al tercer día se detuvo. El hombre se acercó a la mujer y la conoció por vez primera en tierra inhóspita. A los pocos meses, el vientre de Eva se infló, sus pechos crecieron y con aullidos de lobo dio a luz el primer niño nacido de mujer. Lo llamó Caín. Todavía conservaba la imagen, pero era pequeño y lloraba. A Eva le brotaban ríos de leche de los pechos, el niño buscaba el seno, ella lo acercó y el niño bebió, dejó de llorar y se quedó dormido. Adán no acertaba a comprender la concepción de esa pequeña criatura. Era Eva quien debía dar la vida, ella quien alimentaba al nuevo ser, en su vientre se hallaba el fruto de la humanidad; sin embargo, Eva y el niño eran frágiles. A él le correspondía simplemente sembrar la simiente. Se asustó ante semejante descubrimiento, debía proteger su descendencia.
Eva era madre, de su cuerpo había brotado vida y con eso le bastaba; estaba atada a este pequeñísimo hombre por la enredadera más fuerte. Dejó de prestar atención a lo que Adán hacía mientras ella admiraba la tez brillante de su crío y lo ofrecía a Jehová. Después nacieron Abel y Set. Con cada alumbramiento, la carne de Eva envejecía, se aflojaba. Pero no conoció el verdadero dolor, la rajadura del cuerpo, sino a la muerte de Abel y el destierro de Caín; entonces comprendió el significado del castigo impuesto por Yavé. Eva lloró tanto que se hizo más pequeña, casi como una nuez, encorvada y reseca como tierra árida. A cada desgracia escuchaba la lamentación de Adán:
- Si tú no hubieras comido del árbol...
Ella bajaba la cabeza y callaba, no tenía nada que decir, nada que reparar de la pérdida.
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Por esos tiempos Lillith, dolorosamente bella y eterna, comenzó a rondar los sueños del hombre; quería mirar de nuevo la semejanza; quiso atraerlo a su universo onírico para poder asomarse por los ojos de Adán y ver al menos la sombra de Adonai.Pero encontró tan solo a un anciano de setecientos años; medio calvo y estriado, de enorme nariz y grandes orejas, pobladas de pelos blancuzcos; que se gozaba en sus sueños y sonreía desdentado pero que no podía darle nada a cambio, ni la más leve imagen, el tiempo se la había robado.
Lillith comprendió que había perdido la oportunidad de ver la faz de Dios, que estaba condenada a buscarla por toda la eternidad hasta que Elohim se dignara a volver a mirarla. Por medio de sus sueños guió al hombre hasta un estanque, a las orillas de Zmargad. Adán, que había caminado un largo trecho, tuvo sed; al inclinarse a beber creyó que lo que el espejo del agua reflejaba era un animal que él había olvidado nombrar, pero al reconocer los movimientos paralelos gritó; se observaba aterrado, se tentaba cara y brazos sin poder creer lo que veía. Huyó del lugar despavorido, esa no podía ser su imagen. Entonces no sólo Eva, sino también él había cambiado.
Ni en los cien años que le restaron de vida pudo Adán olvidar esa cara decrépita; ni las palabras de Lillith susurradas en un vientecito suave a su oído entre tintineos de risa:
- Mi imagen no refleja por no verlo a ÉL en mí, pero tú lo has perdido también ¿A qué reflejarse para mirar lo que tú viste? ¿Dónde está tu belleza Adán? ¿Y tu soberbia? Dentro de poco serás sólo polvo. Parece que después de todo, Adonai nos amó por igual. El señor Todopoderoso es justo. Adonai, Elohim, Yavé, !Aquí estoy!